CHIWCHIS & BURROS EN MARAS

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Para mis kumpas de la

Escuela Fiscal 716 de

Maras – Urubamba.

 

El profesor con aire aburrido o fastidiado, grita a los alumnos de transición y primer grado:

─Alumno Mariano Conchatupa, pase a la pizarra y lea junto conmigo lo que escribo po… llo… otra vez despacio pooo… llooo. Entendiste lo que lees?

─Si profesor, yachanin─ el educador coge su puntero y señala a la figura de un pollo en una lámina en la pared y exige leer ─chiw chi, chiwchitaq profesor, chiwchipunin, manan wallpachu, k’ankapaschu─ afirma Mariano convencido, mirando sonriente a sus compañeros.

─Carajo, cómo va a ser chiwchi, es pollo, pooo… llooo─ repite como loco y descarga su impotencia con un palazo en el trasero de Mariano─ son unos burros, ustedes son más brutos que el burro─ suena el silbato del director y el final de clases, salva la lectura irresuelta y los insultos.

─Chiwchin Marianucha, chiwchitaq carajo─ gritan en el patio de tierra en la Escuela 716 en la subida de Osqollo con eucaliptos marchitos, acompañando a su compañero lloroso.

─Burro, burro, mas bruto que burro, k’amiwasanchis carajo, chay akatanka─ reclama el chato Tiawallpa despreciando a su profesor enano ─manan reqsinchu Malikachayta, payqa sapachallan apamun saraykuta, waylla uray ch’akraykumanta─ interviene defendiendo a su burro, que traslada solitario el maíz desde un vallecito lejano del pueblo.

─Elenachaq asnunpas, sapachallan kachita q’epen Iskuchakamaraq, Waypun qochata pata patallanta purispa, mana pisipaspa, mana chinkakuspa. Refuerza uno de los hermanos Pawkar, expresando su admiración por el pollino de la simpática Elena, cuyo rudo animal carga un saco de rosetas de sal, durante horas hasta el mercado dominical en Iskuchaka─Anta, rodeando la laguna de Waypun qocha.

─Yana ranq’aypas, umallin chunka pisqayoq asnukunataraq, Mullakas ayllunukunamanta, maway papata apamuspa, qaqakunata rawk’askunata atipaspa; chay limakucha manan yachanchu kawsayninchista. Ch’akisara cuestiona al profesor limeño, está orgulloso de su jumento que encabeza a toda una tropa, cargando sacos de papa, desde los cerros lejanos de Mullakas, sin sufrir caídas o desbarrancamientos por los caminos difíciles.

─Haku, tapumusun Guillermo Cayo yachachiqta, payqa sut’illantan rimarin─ se fueron corriendo al salón del profesor y muestran una lámina de la discusión y preguntan directamente─ Profe… profe… Guillermo iman kay wasi uywacha, ─el profesor contesta─ Chiwchitaq, qankuna kikillan Maras chiwchikuna. Todos gritan de alegría y abrazan al hamawt’a su victoria. Regresan a sus casas con un secreto acordado.

En la tarde como otros días, citados en la esquina de la plaza Punku Mayor, parten montados en sus borricos en tropa, para llegar primero a las salineras; gustan de las carreras largas y en bajada a pelo y sin bridas, el peligro mayor es galopar y pasar volando por las hileras de maguey, que adornan y cercan las chacras durante todo el trayecto.

Los rucios más tranquilos, son capaces de encabritarse y arrojar a sus más duchos jinetes, en muchas ocasiones varios de ellos sufrieron caídas aparatosas y fueron vulneradas sus nalgas y piernas por las puntas negras que tienen las espinas de la paqpa o maguey; sufriendo aún el dolor y evitando llorar o quejarse, deben auparse nuevamente y picar al pollino, para recuperar terreno en la carrera.

La alegre mañana del día siguiente, llega con el sol saliente y el verdor de las chacras, diferente a los tiempos del otoño dorado y la época de sequía; desde Mullak’as, Mawaypampa, Ch’eqereq, Pilleray y Qollana, del lejano Q’aqyaraqay el pueblo de truenos y relámpagos, también de los canchones de Maras; los niños llegan marchando en sus borriquillos a su querida escuela, cabalgando bulliciosamente en sus amados y trabajadores equinos, y detrás de ellos algunos pollinos brincando, con la tropa vienen también sus traviesos hermanos menores.

Alcanzan el patio escolar, que es un terral en declinación sin cerco o adorno alguno, en cambio tiene la tutela de los Apus Ch’ekoq y Aywayro, como todas las escuelas rurales y lejanas; varios grupos de escolares los reciben sonrientes y otros sorprendidos e incrédulos con el espectáculo; de pronto todos los jinetes gritan:

─Maras asnukuna napaykuyku, limako profesorchata─ saludan varias veces en medio de gallardas burlas y risas. Quieren demostrar que ni ellos y menos sus borricos son brutos como pregona el novato maestro visitante.

Rodean con varias vueltas el patio y finalmente bajan al bosque, junto a la cancha deportiva lleno de roquedales, encargan a sus hermanos pequeños sus queridos pollinos; cuelgan en sus hombros las bolsas de tela pobre con sus cuadernos y revisan sus lápices rústicos, nadie tiene libros y suben hacia su salón a encarar su suerte con el profesor.

Ingresan al aula, hay un silencio total y una mirada desconfiada en todos, de pronto habla el profesor:

─Chiw… chi, chiwchin, tienen razón ─todos gritan de alegría─ aprenderé el runa simi como ustedes, para enseñar en quechua y castellano ─sale a la puerta y mirando a los lejanos Apus del Willkamayu, llora silenciosamente como el Weqey Willka o la Verónica que solloza por sus hijos sufrientes; los niños corren y abrazan a su profesor.

¡¡Todos hemos ganado!! Grita el chiwaqo silbando y bailando desde el árbol de Kapulí.

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